¿De Dónde vino este blog? De los martes en la mañana, frente a la sierra y ese bosque de pinos, ese el mágico. De madrugadas con preguntas, de noches enteras con la vista al cielo, a esa mar nocturna. De muchos caminos accidentados. Este blog viene de la certeza de algo superior, de un maestro que me mira de lejos, de la añoranza que no me deja olvidar ni mi Ítaca, ni el viaje. De una mirada añorada, de ese amor fundamental, ese que no correspondió pero transmuto eso oscuro en mi ser en las flores del aragüaney que me enseño Rad-Rached. Este blog vino de donde vienen los colores de los bucares, con su fuego comestible. Este blog viene de esa energía telúrica, que no todos ven en Mérida, ni en mi corazón.
Prólogo de Zaratustra 11 Cuando Zaratustra tenía treinta años2 abandonó su patria y el lago de su patria y marchó a las montañas. Allí gozó de su espíritu y de su soledad y durante diez años no se cansó de hacerlo. Pero al fin su corazón se transformó, - y una mañana, levantándose con la aurora, se colocó delante del sol y le habló así: «¡Tú gran astro! ¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!3. Durante diez años has venido subiendo hasta mi caverna: sin mí, mi águila y mi serpiente4 te habrías hartado de tu luz y de este camino. Pero nosotros te aguardábamos cada mañana, te liberábamos de tu sobreabundancia y te bendecíamos por ello. ¡Mira! Estoy hastiado de mi sabiduría como la abeja que ha recogido demasiada miel, tengo necesidad de manos que se extiendan. Me gustaría regalar y repartir hasta que los sabios entre los hombres hayan vuelto a regocijarse con su locura, y los pobres, con su riqueza. Para ello tengo que bajar a la profundidad: como haces tú al atardecer, cuando traspones el mar llevando luz incluso al submundo, ¡astro inmensamente rico! Yo, lo mismo que tú, tengo que hundirme en mi ocaso5, como dicen los hombres a quienes quiero bajar. ¡Bendíceme, pues, ojo tranquilo, capaz de mirar sin envidia incluso una felicidad demasiado grande! ¡Bendice la copa que quiere desbordarse para que de ella fluya el agua de oro llevando a todas partes el resplandor de tus delicias! ¡Mira! Esta copa quiere vaciarse de nuevo, y Zaratustra quiere volver a hacerse hombre.» - Así comenzó el ocaso de Zaratustra