viernes, 30 de junio de 2017

RUBEN DARIO, LAS TARDES EN EL PATIO, LA POESIA Y EL AMOR









Desde aquellas tardes en el patio de Alto Chama, cuando debajo de una trinitaria leíamos poesía y tomábamos té, mi corazón montuno y temeroso aprendía de amor al son de esos versos deliciosos. Una amiga quien me acompañaba en mis intentos amorosos, nos hablaba de la rima exquisita de Sonatina. Mi corazón latía al ritmo de aquellos ojos negros detrás de esos lentes. Engañoso es el corazón sobre todas las cosas... A esa edad seguía a mi corazón torpemente, a esta edad lo sigo con un poco más de pericia. 

Dicen que Rubén Dario nunca había visto un nenúfar en persona, pero un día en París, en un jardín se extraño por tan extrañas flores y alguien le aclaro al maestro que eran aquellas que tanto había nombrado en poemas. Los poetas son seres extraños, suprahumanos, son seres que no necesitan de la experiencia como situación aleccionadora, o del contacto como experiencia educativa. Su vida trascurre en otros estadios, en otras dimensiones, su forma de ver el mundo, su forma de construirlo en las palabras crea nuevos mundos, nuevos universos, nuevas dimensiones en las que es un pequeño arquitecto, o un gran demiurgo. El poeta no escapa del mundo, esta en este mundo para mantener contacto con otros mundos, con la divinidad, con el fin último, con el infinito, o con la nada. 

Quizá sea la poesía el ritmo de las esferas, y puedan estos seres oír esos ritmos por medio de órganos sutiles  de su cuerpo, quizá tengan un oído desarrollado para oír los ritmos del universo, tal vez son conexión, contacto con otra forma de energía. En la antigüedad la poesía y la música no estaban separados como actualmente lo están, no se podía concebir los versos sin tomar en cuenta la música, no se interpretaba poesía sin instrumentos musicales. Recordemos los coros griegos, la tragedia, los aedos, la íliada que era cantada. Hoy día esa musicalidad se escapa, no se percibe o suena pero muy quedito entre verso y verso. Amo la musicalidad de la poesía que está ahí, a la vista de todos y nadie la ve, se esconde en medio de las letras, de las frases, de los párrafos. 

El primer libro que compre por voluntad y con mi propio dinero fue una edición de Ayacucho con la poesía de Rubén Darío. Aún la tengo, fue un siete de diciembre en la tarde, luego esa noche viajamos a las velas de Mucurubá. Mi corazón henchido de amor, mi corazón tratando de ser daimón, en su locura entraba en contacto como un poeta con dimensiones superiores, el amor me hacia enamorarme de más cosas que el objeto mismo de mi amor. El amor, que mueve el universo, el amor que me ha movido mi pluriverso, el amor y la poesía.

En mi familia había tradición de declamación me recuerdo niño dormido entre dos sillones, con la chaqueta de papá como cobija oyendo a lo lejos a Albio Contreras y a Héctor Troconis declamando. Mi abuelo mismo declamaba unos versos que él mismo escribió a San Cristobal de Torondoy, ese pueblito incrustado en el corazón de las montalas andinas... mis maestros me enseñaron la importancia de la memoria y la delicia de apoderarse de poemas, me enseñaron que la importancia de un idioma estaba dada por la calidad de sus poetas, me enseñaron a disfrutar de los poemas en su idioma original, me transmitieron su amor por los versos, la poesía, su musicalidad y su importancia suprema en el mantenimiento de la cordura del ser humano y del ritmo universal.

Mi amiga que me acompañó en mis aventuras amorosas en ese patio de la trinitaria, esa amiga que me mostró la sonoridad increíble de los versos de Barbas Jacob y de Borges, esa amiga partió pronto al encuentro de su destino, ella no aguantó el llamado de los otros estadios y se cansó de ser conexión, no hizo más poesía, se hizo ella misma poema. Por cierto, que esa amiga no era el objeto de mi amor, solo me acompañó en mis aventuras amorosas, ella vive aún en el viento de la tarde, en los rayos de luz entre las ramas de la trinitaria eterna.

Responso a Verlaine


       

1   Padre y maestro mágico, liróforo celeste 
    que al instrumento olímpico y a la siringa agreste
    diste tu acento encantador; 
    ¡Pánida! Pan tú mismo, que coros condujiste 
5   hacia el propíleo sacro que amaba tu alma triste,
    ¡al son del sistro y del tambor!

    Que tu sepulcro cubra de flores Primavera;
    que se humedezca el áspero hocico de la fiera,
    de amor, si pasa por allí;
10  que el fúnebre recinto visite Pan bicorne;
    que de sangrientas rosas el fresco abril te adorne,
    y de claveles de rubí. 

    Que si posarse quiere sobre la tumba el cuervo,
    ahuyenten la negrura del pájaro protervo
15  el dulce canto de cristal
    que Filomela vierta sobre tus tristes huesos, 
    o la harmonía dulce de risas y de besos,
    culto oculto y florestal

    Que púberes canéforas te ofrenden el acanto;
20  que sobre tu sepulcro no se derrame el llanto,
    sino rocío, vino, miel;
    que el pámpano allí brote, las flores de Cíteres,
    y que se escuchen vagos suspiros de mujeres
    ¡bajo un simbólico laurel!
 
25  Que si un pastor su pífano bajo el frescor del haya,
    en amorosos días, como en Virgilio, ensaya, 
    tu nombre ponga en la canción;
    y que la virgen náyade, cuando ese nombre escuche,
    con ansias y temores entre las linfas luche,
30  llena de miedo y de pasión.

    De noche, en la montaña, en la negra montaña 
    de las Visiones, pase gigante sombra extraña,
    sombra de un Sátiro espectral;
    que ella al centauro adusto con su grandeza asuste;
35  de una extrahumana flauta la melodía ajuste
    a la harmonía sideral.

    Y huya el tropel equino por la montaña vasta; 
    tu rostro de ultratumba bañe la luna casta
    de compasiva y blanca luz;
40  y el Sátiro contemple, sobre un lejano monte,
    una cruz que se eleve cubriendo el horizonte,
   ¡y un resplandor sobre la cruz!
 
 
 
Sonatina 
 
La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa? 

Los suspiros se escapan de su boca de fresa, 

que ha perdido la risa, que ha perdido el color. 

La princesa está pálida en su silla de oro, 

está mudo el teclado de su clave sonoro, 

y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor. 


El jardín puebla el triunfo de los pavos reales. 

Parlanchina, la dueña dice cosas banales, 

y vestido de rojo piruetea el bufón. 

La princesa no ríe, la princesa no siente; 

la princesa persigue por el cielo de Oriente 

la libélula vaga de una vaga ilusión. 


¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China, 

o en el que ha detenido su carroza argentina 

para ver de sus ojos la dulzura de luz? 

¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes, 

o en el que es soberano de los claros diamantes, 

o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz? 


¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa 

quiere ser golondrina, quiere ser mariposa, 

tener alas ligeras, bajo el cielo volar; 

ir al sol por la escala luminosa de un rayo, 

saludar a los lirios con los versos de mayo 

o perderse en el viento sobre el trueno del mar. 


Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata, 

ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata, 

ni los cisnes unánimes en el lago de azur. 

Y están tristes las flores por la flor de la corte, 

los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte, 

de Occidente las dalias y las rosas del Sur. 


¡Pobrecita princesa  de los ojos azules! 

Está presa en sus oros, está presa en sus tules, 

en la jaula de mármol del palacio real; 

el palacio soberbio que vigilan los guardas, 

que custodian cien negros con sus cien alabardas, 

un lebrel que no duerme y un dragón colosal. 


¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida! 

(La princesa está triste. La princesa está pálida.) 

¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil! 

¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe, 

(La princesa está pálida. La princesa está triste.) 

más brillante que el alba, más hermoso que abril! 


-«Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-; 

en caballo, con alas, hacia acá se encamina, 

en el cinto la espada y en la mano el azor, 

el feliz caballero que te adora sin verte, 

y que llega de lejos, vencedor de la Muerte, 

a encenderte los labios con un beso de amor». 

viernes, 2 de junio de 2017

75 AÑOS DESDE QUE TUS MANOS PERDIERON EL OFICIO DE DAIMON




75 años de esa tos fiera que te quito el oficio de daimon... 75 años desde que saliste de tus 30 años que no fueron vida, mas valía la muerte en la frontera, no lo sé... tus palabras sencillas como cebollas, marcaron mi alma y las de todos quienes te leímos. A una cadena perpetua atada a tus palabras me has condenado en tus versos.

Quienes te cantan no saben quién fuiste, quien te recuerda como yo, no sabemos del hondo profundo de tu alma... hoy como si del cielo cayera me empaparon tus versos. 

LAS MANOS


Dos especies de manos se enfrentan en la vida,
brotan del corazón, irrumpen por los brazos,
saltan, y desembocan sobre la luz herida
a golpes, a zarpazos.

La mano es la herramienta del alma, su mensaje,
y el cuerpo tiene en ella su rama combatiente.
Alzad, moved las manos en un gran oleaje,
hombres de mi simiente.

Ante la aurora veo surgir las manos puras
de los trabajadores terrestres y marinos,
como una primavera de alegres dentaduras,
de dedos matutinos.

Endurecidamente pobladas de sudores,
retumbantes las venas desde las uñas rotas,
constelan los espacios de andamios y clamores,
relámpagos y gotas.

Conducen herrerías, azadas y telares,
muerden metales, montes, raptan hachas, encinas,
y construyen, si quieren, hasta en los mismos mares
fábricas, pueblos, minas.

Estas sonoras manos oscuras y lucientes
las reviste una piel de invencible corteza,
y son inagotables y generosas fuentes
de vida y de riqueza.

Como si con los astros el polvo peleara,
como si los planetas lucharan con gusanos,
la especie de las manos trabajadora y clara
lucha con otras manos.

Feroces y reunidas en un bando sangriento
avanzan al hundirse los cielos vespertinos
unas manos de hueso lívido y avariento,
paisaje de asesinos.

No han sonado: no cantan. Sus dedos vagan roncos,
mudamente aletean, se ciernen, se propagan.
Ni tejieron la pana, ni mecieron los troncos,
y blandas de ocio vagan.

Empuñan crucifijos y acaparan tesoros
que a nadie corresponden sino a quien los labora,
y sus mudos crepúsculos absorben los sonoros
caudales de la aurora.

Orgullo de puñales, arma de bombardeos
con un cáliz, un crimen y un muerto en cada uña:
ejecutoras pálidas de los negros deseos
que la avaricia empuña.

¿Quién lavará estas manos fangosas que se extienden
al agua y la deshonran, enrojecen y estragan?
Nadie lavará manos que en el puñal se encienden
y en el amor se apagan.

Las laboriosas manos de los trabajadores
caerán sobre vosotras con dientes y cuchillas.
Y las verán cortadas tantos explotadores
en sus mismas rodillas.

lunes, 9 de enero de 2017

LOS HERALDOS NEGROS Y HAYDEÉ






Hace diez años partiste al viaje, al único... acá te extrañamos aún... vives en nuestra memoria y en nuestro corazón... espero estés donde estés bailes al ritmo del universo...


Los Heraldos Negros


Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé! 
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, 
la resaca de todo lo sufrido 
se empozara en el alma... ¡Yo no sé! 

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras 
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. 
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas; 
o los heraldos negros que nos manda la Muerte. 

Son las caídas hondas de los Cristos del alma 
de alguna fe adorable que el Destino blasfema. 
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones 
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema. 

Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como 
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; 
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido 
se empoza, como charco de culpa, en la mirada. 

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!