Foto: Federico al piano. revista abretelibro.com
Pienso en Federico, lo conocí como de niño, aún la poesía era algo útil en mi vida diaria, con sus rimas deliciosas me llevó a España, a lo andaluz, supe del flamenco, de Cervantes, baile una sevillana con la profe de flamenco en medio de un bar abarrotado, me enamoré con sus romances. Federico es como un amigo de infancia, que me enseñó los celos terribles en Yerma, trabajé en esa obra como Juan, y sufrí de unos celos que me mataban, pensé en la Carmen de Saura y la trama de la obra de me enrredaba con la realidad... Federico me enseñó la música de la poesía, junto a su piano oí las nanas más hermosas, con sus letras sufrí como personaje, como actor la muerte interior de un hombre. Quizá con Federico pasé de niño a adulto, no lo sé, pero como un buen amigo de la infancia, en estos días donde la adultes no deja que la poesía sea útil, el recuerdo de todo lo vivido junto o con Federico me reconforta, con la mirada segura del tiempo.
Así para retornar a este espacio olvidado de mí mismo que es este blog arranco con esto de Federico García Lorca, espero les guste tanto como a mí...
La Casada Infiel
Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.
*
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.
Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.