jueves, 24 de julio de 2014

BELLO POEMA QUE SILVA A BELLO






Andrés Bello


Lo único que le enseñan a un venezolano en la escuela sobre Andrés Bello es que fue maestro de Bolívar, un hecho quizá simple que hace virtuoso a Bello. Si no me cree pregúntele a cualquier venezolano sobre Bello, dirá eso y quizá, lo relacione con alguna avenida. Este hombre que no fue apreciado en su casa, aunque se le consideró un hombre culto, fue delegado junto con López y Bolívar para solicitar apoyo de Gran Bretaña en las acciones independentistas de Venezuela. Allí no sólo entró en contacto con Miranda, con todo lo que eso implicaba, sino que se quedó viviendo por casi veinte años. Tuvo un cargo diplomático allí, en donde luego de pasar penurias económicas, por las que no obstante siguió su labor como intelectual; fue contratado por Chile para ocupar un cargo en el Ministerio de Hacienda. 

En Chile desarrolló una labor extraordinaria: fundó la Universidad de Chile, de la que fue rector hasta su muerte, fundó El Colegio Santiago, participa en la edición del diario El Araucano, hace traducciones, escribe poesía, teatro, una gramática del español aún vigente, fue senador, profesor, legislador, redacta el código civil chileno, que destaca por su innovación; fue uno de los más grandes humanistas de América, fue poeta, filosofo, filólogo,traductor, político, jurista, muchos lo han considerado un sabio, entre ellos, yo.

Me decía un amigo que en Venezuela los héroes patrios están representados en sus estatuas espada en mano, mientras que en otros países, sus héroes esntán libro en mano. La verdad en Venezuela hay pocas estatuas de Bello, salvo la extraña coincidencia de las avenidas Andrés Bello de Mérida y de Caracas- que como dato curioso, ambas se conectan con sendas avenidas Urdaneta- y una bella estatua en el Panteón nacional, de verdad hay pocas monumentos en su nombre. Quizá hay más de los que yo menciono, pero el culto, el respeto a su obra, es casi inexistente.

Acá, dejo un pequeño homenaje, humilde, tratando de levanta un pequeño monumento en honor a este sabio americano que fue más apreciado en Chile que en las tierras que lo vieron nacer. Es un dato tanto sin importancia en Venezuela el billet
e de 50 bolívares tenía la imagen de bello, luego cambio al billete de 2000 bolívares, hoy en día ya no aparece Bello en ningún billete, ya que las denominaciones fueron cambiadas para rendirle culto al panteón santero venezolano. En Chile Bello sale en el billete de 20.000 pesos, el de más alta denominación. Parece un ejemplo del valor que le damos a las letras y sus hombres y la diferencia entre Chile y Veneziela, héroes de espada en mano y héroes de libro en mano.

Silva a la agricultura en la zona tórrida...
¡Salve, fecunda zona, 
que al sol enamorado circunscribes 
el vago curso, y cuanto ser se anima 
en cada vario clima, 
acariciada de su luz, concibes! 
Tú tejes al verano su guirnalda 
de granadas espigas; tú la uva 
das a la hirviente cuba; 
no de purpúrea fruta, o roja, o gualda, 
a tus florestas bellas 
falta matiz alguno; y bebe en ellas 
aromas mil el viento; 
y greyes van sin cuento 
paciendo tu verdura, desde el llano 
que tiene por lindero el horizonte, 
hasta el erguido monte, 
de inaccesible nieve siempre cano. 
Tú das la caña hermosa, 
de do la miel se acendra, 
por quien desdeña el mundo los panales; 
tú en urnas de coral cuajas la almendra 
que en la espumante jícara rebosa; 
bulle carmín viviente en tus nopales, 
que afrenta fuera al múrice de Tiro; 
y de tu añil la tinta generosa 
émula es de la lumbre del zafiro. 
El vino es tuyo, que la herida agave 
para los hijos vierte 
del Anahuac feliz; y la hoja es tuya, 
que, cuando de süave 
humo en espiras vagorosas huya, 
solazará el fastidio al ocio inerte. 
Tú vistes de jazmines 
el arbusto sabeo , 
y el perfume le das, que en los festines 
la fiebre insana templará a Lico. 
Para tus hijos la procera palma 
su vario feudo cría, 
y el ananás sazona su ambrosía; 
su blanco pan la yuca ; 
sus rubias pomas la patata educa; 
y el algodón despliega al aura leve 
las rosas de oro y el vellón de nieve. 
Tendida para ti la fresca parcha 
en enramadas de verdor lozano, 
cuelga de sus sarmientos trepadores 
nectáreos globos y franjadas flores; 
y para ti el maíz, jefe altanero 
de la espigada tribu, hincha su grano; 
y para ti el banano 
desmaya al peso de su dulce carga; 
el banano, primero 
de cuantos concedió bellos presentes 
Providencia a las gentes 
del ecuador feliz con mano larga. 
No ya de humanas artes obligado 
el premio rinde opimo; 
no es a la podadera, no al arado 
deudor de su racimo; 
escasa industria bástale, cual puede 
hurtar a sus fatigas mano esclava; 
crece veloz, y cuando exhausto acaba, 
adulta prole en torno le sucede. 
Mas ¡oh! ¡si cual no cede 
el tuyo, fértil zona, a suelo alguno, 
y como de natura esmero ha sido, 
de tu indolente habitador lo fuera! 
¡Oh! ¡si al falaz rüido, 
la dicha al fin supiese verdadera 
anteponer, que del umbral le llama 
del labrador sencillo, 
lejos del necio y vano 
fasto, el mentido brillo, 
el ocio pestilente ciudadano! 
¿Por qué ilusión funesta 
aquellos que fortuna hizo señores 
de tan dichosa tierra y pingüe y varia, 
el cuidado abandonan 
y a la fe mercenaria 
las patrias heredades, 
y en el ciego tumulto se aprisionan 
de míseras ciudades, 
do la ambición proterva 
sopla la llama de civiles bandos, 
o al patriotismo la desidia enerva; 
do el lujo las costumbres atosiga, 
y combaten los vicios 
la incauta edad en poderosa liga? 
No allí con varoniles ejercicios 
se endurece el mancebo a la fatiga; 
mas la salud estraga en el abrazo 
de pérfida hermosura, 
que pone en almoneda los favores; 
mas pasatiempo estima 
prender aleve en casto seno el fuego 
de ilícitos amores; 
o embebecido le hallará la aurora 
en mesa infame de ruinoso juego. 
En tanto a la lisonja seductora 
del asiduo amador fácil oído 
da la consorte; crece 
en la materna escuela 
de la disipación y el galanteo 
la tierna virgen, y al delito espuela 
es antes el ejemplo que el deseo. 
¿Y será que se formen de ese modo 
los ánimos heroicos denodados 
que fundan y sustentan los estados? 
¿De la algazara del festín beodo, 
o de los coros de liviana danza, 
la dura juventud saldrá, modesta, 
orgullo de la patria, y esperanza? 
¿Sabrá con firme pulso 
de la severa ley regir el freno; 
brillar en torno aceros homicidas 
en la dudosa lid verá sereno; 
o animoso hará frente al genio altivo 
del engreído mando en la tribuna, 
aquel que ya en la cuna 
durmió al arrullo del cantar lascivo, 
que riza el pelo, y se unge, y se atavía 
con femenil esmero, 
y en indolente ociosidad el día, 
o en criminal lujuria pasa entero? 
No así trató la triunfadora Roma 
las artes de la paz y de la guerra; 
antes fió las riendas del estado 
a la mano robusta 
que tostó el sol y encalleció el arado; 
y bajo el techo humoso campesino 
los hijos educó, que el conjurado 
mundo allanaron al valor latino. 
¡Oh! ¡los que afortunados poseedores 
habéis nacido de la tierra hermosa, 
en que reseña hacer de sus favores, 
como para ganaros y atraeros, 
quiso Naturaleza bondadosa! 
romped el duro encanto 
que os tiene entre murallas prisioneros. 
El vulgo de las artes laborioso, 
el mercader que necesario al lujo 
al lujo necesita, 
los que anhelando van tras el señuelo 
del alto cargo y del honor ruidoso, 
la grey de aduladores parasita, 
gustosos pueblen ese infecto caos; 
el campo es vuestra herencia; en él gozaos. 
¿Amáis la libertad? El campo habita, 
o allá donde el magnate 
entre armados satélites se mueve, 
y de la moda, universal señora, 
va la razón al triunfal carro atada, 
y a la fortuna la insensata plebe, 
y el noble al aura popular adora. 
¿O la virtud amáis? ¡Ah, que el retiro, 
la solitaria calma 
en que, juez de sí misma, pasa el alma 
a las acciones muestra, 
es de la vida la mejor maestra! 
¿Buscáis durables goces, 
felicidad, cuanta es al hombre dada 
y a su terreno asiento, en que vecina 
está la risa al llanto, y siempre, ¡ah! siempre 
donde halaga la flor, punza la espina? 
Id a gozar la suerte campesina; 
la regalada paz, que ni rencores 
al labrador, ni envidias acibaran; 
la cama que mullida le preparan 
el contento, el trabajo, el aire puro; 
y el sabor de los fáciles manjares, 
que dispendiosa gula no le aceda; 
y el asilo seguro 
de sus patrios hogares 
que a la salud y al regocijo hospeda. 
El aura respirad de la montaña, 
que vuelve al cuerpo laso 
el perdido vigor, que a la enojosa 
vejez retarda el paso, 
y el rostro a la beldad tiñe de rosa. 
¿Es allí menos blanda por ventura 
de amor la llama, que templó el recato? 
¿O menos aficiona la hermosura 
que de extranjero ornato 
y afeites impostores no se cura? 
¿O el corazón escucha indiferente 
el lenguaje inocente 
que los afectos sin disfraz expresa, 
y a la intención ajusta la promesa? 
No del espejo al importuno ensayo 
la risa se compone, el paso, el gesto; 
ni falta allí carmín al rostro honesto 
que la modestia y la salud colora, 
ni la mirada que lanzó al soslayo 
tímido amor, la senda al alma ignora. 
¿Esperaréis que forme 
más venturosos lazos himeneo, 
do el interés barata, 
tirano del deseo, 
ajena mano y fe por nombre o plata, 
que do conforme gusto, edad conforme, 
y elección libre, y mutuo ardor los ata? 
Allí también deberes 
hay que llenar: cerrad, cerrad las hondas 
heridas de la guerra; el fértil suelo, 
áspero ahora y bravo, 
al desacostumbrado yugo torne 
del arte humana, y le tribute esclavo. 
Del obstrüido estanque y del molino 
recuerden ya las aguas el camino; 
el intrincado bosque el hacha rompa, 
consuma el fuego; abrid en luengas calles 
la oscuridad de su infructuosa pompa. 
Abrigo den los valles 
a la sedienta caña; 
la manzana y la pera 
en la fresca montaña 
el cielo olviden de su madre España; 
adorne la ladera 
el cafetal; ampare 
a la tierna teobroma en la ribera 
la sombra maternal de su bucare ; 
aquí el vergel, allá la huerta ría... 
¿Es ciego error de ilusa fantasía? 
Ya dócil a tu voz, agricultura, 
nodriza de las gentes, la caterva 
servil armada va de corvas hoces. 
Mírola ya que invade la espesura 
de la floresta opaca; oigo las voces, 
siento el rumor confuso; el hierro suena, 
los golpes el lejano 
eco redobla; gime el ceibo anciano, 
que a numerosa tropa 
largo tiempo fatiga; 
batido de cien hachas, se estremece, 
estalla al fin, y rinde el ancha copa. 
Huyó la fiera; deja el caro nido, 
deja la prole implume 
el ave, y otro bosque no sabido 
de los humanos va a buscar doliente... 
¿Qué miro? Alto torrente 
de sonorosa llama 
corre, y sobre las áridas rüinas 
de la postrada selva se derrama. 
El raudo incendio a gran distancia brama, 
y el humo en negro remolino sube, 
aglomerando nube sobre nube. 
Ya de lo que antes era 
verdor hermoso y fresca lozanía, 
sólo difuntos troncos, 
sólo cenizas quedan; monumento 
de la lucha mortal, burla del viento. 
Mas al vulgo bravío 
de las tupidas plantas montaraces, 
sucede ya el fructífero plantío 
en muestra ufana de ordenadas haces. 
Ya ramo a ramo alcanza, 
y a los rollizos tallos hurta el día; 
ya la primera flor desvuelve el seno, 
bello a la vista, alegre a la esperanza; 
a la esperanza, que riendo enjuga. 
del fatigado agricultor la frente, 
y allá a lo lejos el opimo fruto, 
y la cosecha apañadora pinta, 
que lleva de los campos el tributo, 
colmado el cesto, y con la falda en cinta, 
y bajo el peso de los largos bienes 
con que al colono acude, 
hace crujir los vastos almacenes. 
¡Buen Dios! no en vano sude, 
mas a merced y a compasión te mueva 
la gente agricultora 
del ecuador, que del desmayo triste 
con renovado aliento vuelve ahora, 
y tras tanta zozobra, ansia, tumulto, 
tantos años de fiera 
devastación y militar insulto, 
aún más que tu clemencia antigua implora. 
Su rústica piedad, pero sincera, 
halle a tus ojos gracia; no el risueño 
porvenir que las penas le aligera, 
cual de dorado sueño 
visión falaz, desvanecido llore; 
intempestiva lluvia no maltrate 
el delicado embrión; el diente impío 
de insecto roedor no lo devore; 
sañudo vendaval no lo arrebate, 
ni agote al árbol el materno jugo 
la calorosa sed de largo estío. 
Y pues al fin te plugo, 
árbitro de la suerte soberano, 
que, suelto el cuello de extranjero yugo, 
erguiese al cielo el hombre americano, 
bendecida de ti se arraigue y medre 
su libertad; en el más hondo encierra 
de los abismos la malvada guerra, 
y el miedo de la espada asoladora 
al suspicaz cultivador no arredre 
del arte bienhechora, 
que las familias nutre y los estados; 
la azorada inquietud deje las almas, 
deje la triste herrumbre los arados. 
Asaz de nuestros padres malhadados 
expiamos la bárbara conquista. 
¿Cuántas doquier la vista 
no asombran erizadas soledades, 
do cultos campos fueron, do ciudades? 
De muertes, proscripciones, 
suplicios, orfandades, 
¿quién contará la pavorosa suma? 
Saciadas duermen ya de sangre ibera 
las sombras de Atahualpa y Moctezuma. 
¡Ah! desde el alto asiento, 
en que escabel te son alados coros 
que velan en pasmado acatamiento 
la faz ante la lumbre de tu frente, 
(si merece por dicha una mirada 
tuya la sin ventura humana gente), 
el ángel nos envía, 
el ángel de la paz, que al crudo ibero 
haga olvidar la antigua tiranía, 
y acatar reverente el que a los hombres 
sagrado diste, imprescriptible fuero; 
que alargar le haga al injuriado hermano, 
(¡ensangrentó la asaz!) la diestra inerme; 
y si la innata mansedumbre duerme, 
la despierte en el pecho americano. 
El corazón lozano 
que una feliz oscuridad desdeña, 
que en el azar sangriento del combate 
alborozado late, 
y codicioso de poder o fama, 
nobles peligros ama; 
baldón estime sólo y vituperio 
el prez que de la patria no reciba, 
la libertad más dulce que el imperio, 
y más hermosa que el laurel la oliva. 
Ciudadano el soldado, 
deponga de la guerra la librea; 
el ramo de victoria 
colgado al ara de la patria sea, 
y sola adorne al mérito la gloria. 
De su trïunfo entonces, Patria mía, 
verá la paz el suspirado día; 
la paz, a cuya vista el mundo llena 
alma, serenidad y regocijo; 
vuelve alentado el hombre a la faena, 
alza el ancla la nave, a las amigas 
auras encomendándose animosa, 
enjámbrase el taller, hierve el cortijo, 
y no basta la hoz a las espigas. 
¡Oh jóvenes naciones, que ceñida 
alzáis sobre el atónito occidente 
de tempranos laureles la cabeza! 
honrad el campo, honrad la simple vida 
del labrador, y su frugal llaneza. 
Así tendrán en vos perpetuamente 
la libertad morada, 
y freno la ambición, y la ley templo. 
Las gentes a la senda 
de la inmortalidad, ardua y fragosa, 
se animarán, citando vuestro ejemplo. 
Lo emulará celosa 
vuestra posteridad; y nuevos nombres 
añadiendo la fama 
a los que ahora aclama, 
«hijos son éstos, hijos, 
(pregonará a los hombres) 
de los que vencedores superaron 
de los Andes la cima; 
de los que en Boyacá, los que en la arena 
de Maipo, y en Junín, y en la campaña 
gloriosa de Apurima, 
postrar supieron al león de España».